Reflexiones para tí.

Los habitantes de Jerico

El Señor ha entregado todo el país en nuestras manos. ¡Todos sus habi­tantes tiemblan de miedo ante nosotros! Josué 2:24.

La seguridad de los habitantes de Jericó estaba en sus enormes mura­llas; tan grandes que algunas personas (como Rahab) tenían sus casas construidas sobre ellas. Pero, cuando aquel pueblo que se movía por el  desierto acampa al otro lado del río, el miedo se apodera de ellos.

Cuando tu confianza está depositada en cualquier cosa que no sea Dios, ante la presencia de cualquier posible enemigo vas a temblar.

Los habitantes de Jericó, desde el rey hasta el último de sus súbditos, sa­ben lo que el Dios de Israel hizo desde que sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto.

Esta seguridad indefinida aumenta el miedo. Saber que el juicio de Dios llegará, y no estar preparado para enfrentarlo, produce miedo. Por el contrario, cuando el juicio divino es nada más que un trámite legal para ser -finalmente- absueltos, liberados y salvos, la reacción es de gozo, paz y tranquilidad de saber que estamos en buenas manos.

Finalmente, el pueblo de Israel se mueve. Los habitantes se preparan para la guerra. Cuando esperan que lleguen los primeros ataques, lo que reciben es un pueblo que -en silencio- camina en torno de la ciudad, acompañados apenas por el sonido de las trompetas. Imagino que el servicio de inteligencia del rey debe haber intentado explicar ese plan de guerra. Los habitantes debieron haber apostado sobre cómo sería el ataque. Todos habrán querido adivinar cuál sería la estrategia que estaban utilizando. El miedo aumentó.

El regreso del pueblo de Israel a su campamento, sin haber “hecho nada”, debió de haber dejado al pueblo de la ciudad rayando en la iocura. La llegada del pueblo el segundo día, superó todos los límites previstos. Pero, el ser humano tiene la capacidad (a veces, es una desgracia) de acostumbrarse a la situación. El miedo del primer día, multiplicado en el segundo, debió haber bajado de nivel en el tercer, el cuarto y el quinto día. Para el sexto día, los habitantes de la ciudad ya estaban acostumbrados a la “vuelta musical” que el pueblo de Israel hacía.

Nosotros actuamos igual con el pecado. Primero nos da miedo, nos prepa­ramos para defendernos, pero en un par de días ya estamos acostumbrados, jugamos con él, le “perdemos el respeto”. El problema es que nuestro “séptimo día” llega y, con él, nuestra caída.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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